Esto no me lo contaron en la infancia

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sábado, 28 de enero de 2012

Elemental...

Ahora  que se han puesto de moda las series, tenemos la oportunidad de pasar un buen rato frente a la tele. Cualquiera que sea fan de Conan Doyle y de famoso detective Sherlock Holmes, podrá disfrutar de la nueva serie que se emite en Antena 3.

La verdad es que a día de hoy, y en mi modesta opinión, la oferta de entretenimiento que ofrece la tele “gratuita”, es bastante pobre y aborregante. Una cadena saca a la luz una nueva apuesta, ya sea concurso o serie, y el resto copia el formato.  O copia programas de cadenas extranjeras a las cuales el público general no tiene acceso, con el consiguiente provecho de hacerlo pasar por invención propia.

Digo que esta serie merece la pena, dado que el amplio espectro de porquería de producción nacional solo trataba, casi hasta el último año, de historias de amor o familiares con base histórica o con base de instituto de secundaria. Los guionistas, ingleses ellos, han sabido adaptar el clásico del siglo XIX al nuestro.

El nuevo detective conserva, en general, las grandes manías y rasgos que el escritor le proporcionó pero con la novedad de que ahora cuenta con las herramientas tecnológicas de la actualidad.  Móviles 3G, ordenadores, blogs… ayudan a resolver misterios y se entrelazan con la inteligencia, o superinteligencia como diría servidora, del Sherlock más Sherlock; genuino, mezquino y con ese aire de superioridad invencible para cualquier individuo de la calle.

Un plus que siempre se agradece, si se es conocedor de la lengua inglesa, es poder ver cada capítulo en versión original. Ese delicioso acento inglés de los actores, y del protagonista, nos hace aún más testigos de los hechos .

Palabrita de niña buena, merece la pena.

Corruptos, corruptos everywhere.

Años atrás la gente decía de España que era un gran país para vivir. Recuerdo a mi madre ensalzar su orgullo patrio cuando lo comparaba a otros países de Europa, se enardecía a gusto, se sentía plena y satisfecha desde que se levantaba, hasta que se iba a la cama por la noche. El motivo de su felicidad era pensar en ese modo de vida español que el resto del mundo parece que nunca había disfrutado. Ese alborozo social de los bares, ese sentir y vivir la vida del ambiente de las ciudades y calles, esas fiestas populares… a lo español, claro.

El caso es que hace años que no escucho a mi mamá hacer los mismos comentarios animosos y adorables hacia este suelo. ¿Porqué será?

Puede ser porque el resto de países europeos, a diferencia del nuestro, sabe cómo hacer bien las cosas… y las hace, pero de verdad. Nadie con dos dedos de frente dudaría de que si el juicio contra Camps hubiese tenido lugar en otro país de la Unión, éste hubiese ido a prisión durante muchísimos años, o si el asesinato de Marta se hubiese dado en… Alemania, por ejemplo, se hubiese hecho justicia de verdad. O si Garzón… todos sabemos el resto de la frase. Lo que no sabemos es la respuesta a la pregunta: ¿Qué está pasando aquí con la justicia? Y mi madre añadiría: “ ¡ay hija!, no sólo con la justicia, sino con los jóvenes, con la economía, con la educación, con la sanidad…”

Supongo que lo ella no se atreve a decir es lo que todos sabemos pero no exigimos. Supongo que no de la manera exacta para que las cosas cambien. Nos hemos convertido, sin saberlo, en el país de la aceptación forzosa, del “ es lo que hay”, del sabemos lo que sucede tras la cortina pero no podemos descorrerla, del “virgencita que me quede como estoy”… Y así nos va. Hemos dejado que unos cuantos codiciosos sostengan la varita mágica del espectáculo y ahora no tenemos ni idea del conjuro para quitársela de las manos.

No existen soluciones fáciles, lo único que podemos hacer es aprender conjuntamente de los errores y… esperar a que todo mejore. Según dicen, el tiempo cura todas las heridas y las madres siempre saben dónde guardan todo.